El mar me recibió como a una vieja y querida amiga. Un abrazo salado que me hizo arder la herida en la mano pero que ambos sabemos que la ayuda a sanar.
-¿Por qué estuviste tanto tiempo sin venir a charlar conmigo?
-Por miedo.
-¿miedo? ¿A qué?
-A tu profundidad, a lo que tengas para decirme
-¿Y que hacés acá entonces? Todavía tenes miedo. Puedo sentirlo.
-Hace un tiempo que estoy diciéndole a niños que el coraje no es no tener miedo, que el coraje es acción, con miedo y todo. Me cansé de mi propia hipocresía
-Sabio. Me alegra que hayas decidido enfrentarte a vos misma. Es la única manera de ver, de verte, de comprender y de transformarte.
-Estoy asustada.
-Sabés que si no lo intentas te vas a arrepentir. Sabes que, aunque fracases una y otra vez, tenés que vos darte la oportunidad. Permitírtelo. Dejar que pase. Va a ser mucho mejor que vivir pensando lo que podría haber sido. Esta es la mano que te tocó, y sabes que ambos se lo merecen.
-Sí... pero cómo hago? Quiero lo mejor para los dos.
-Yo también... Sin embargo, te diera todo servido en bandeja no sería interesante. Además, algunas cosas hay que resolverlas con uno mismo. Pero lo que sí te puedo decir es que la próxima vez que vengas a charlar conmigo tenes que venir con él.
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